sábado, 12 de junio de 2010

Inveraray / km 1650

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Estos son los dominios del pequeño Red John of the Battles. Foto José Cerdeira

Estas son las tierras del Duque de Argill, jefe de los Campbell, uno de los más poderosos clanes escoceses. Aquí, en el siglo XVIII, el decimosegundo Duque, mandó construir un castillo de estilo gótico en un paraje de una belleza sin par. Visto desde la orilla opuesta del lago Fyne, con sus cuatro torres redondas y simétricas reflejadas en el agua, forma una imagen inolvidable.

Inveraray reflejado en las tranquilas aguas del lago. Foto: José Cerdeia

Lástima. Mariló no podía ni moverse. Ni por la ventana, situada al lado de la cama, pudo asomarse... así que no nos entretuvimos. Pero aquella belleza la recordaré siempre.

El pueblo está a muy corta distancia, rodeado de bosques y a orillas del mismo lago. Su cárcel parece ser muy interesante aunque no la vimos. En el Cherry Park se puede ver un museo que evoca el entrenamiento de 250.000 hombres para el desembarco de Normandía en el famoso "Día D" de aquel 1944, pero tampoco lo vimos... No importa, la belleza de Inveraray está, seguro, en su entorno incomparable.

Brumas, misterio,  mágicos espejos.... (¿Que no ve el lago? Fíjese bien.). Foto: j.cerdeira

La carretera continúa entre algunos de los paisajes más bellos de la tierra. Cada pocos kilómetros, hay pequeños apartaderos en los que se pueden detener los vehículos para disfrutar de tanta belleza. Nos paramos en todos, aunque claro, Mariló no pudo verlos...

A mi lado Pablo había tomado los mandos como copiloto, como el hombre del mapa. Fue una revelación:

- Ahora, pasada una pequeña pista forestal que sale hacia la derecha, hay un paso sobre el ferrocarril... ¡Eso es! Ahora el desvío está como a media milla. Recuerda que es hacia la derecha...

Era mediodía. Estábamos a menos de diez kilómetros de Oban y este era el sitio (Kilninver) que nos habían recomendado nuestros compatriotas para tomar marisco. ¿Se podría levantar Mariló? Con mil y un esfuerzos lo consiguió. Amparándose en mí, llegamos hasta el restaurante. Fue una pena: el restaurante no valía el esfuerzo. Pagamos poco... pero comimos menos. Y, otra vez para Mariló, el trabajoso regreso a la AC. ¡A cama.!

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