domingo, 25 de abril de 2010

Lanark / km 1361

-

A menos de dos kilómetros de distancia de Lanark surgió entre los años 1800 y 1830 New Lanark, bajo el impulso del socialista utópico Robert Owen. Es un pueblo preparado para unos 1.200 habitantes, autosuficiente y con un urbanismo modernista en el que las viviendas están dispuestas en semicírculo, rodeadas de campo y con los servicios básicos ubicados en el centro.
-
Robert Owen

No nos entretuvimos. Era ya tarde y, cansados, deseábamos llegar a un sitio en le que poder pasar la noche. Ya anochecía cuando, a lo lejos, entre brumas, divisamos la ciudad de Glasgow. El sol hacía rato que había desaparecido tras las todavía rojizas nubes escocesas. La temperatura era agradable pero amenazaba lluvia.

Parece que una parte de nuestro conocido "marisco da ría" procede de Oban, en Escocia

Dado que era la hora de cenar, optamos por parar en una área de servicios, en donde, además, podríamos comprar el correspondiente plano de la ciudad.

- ¿Qué hacemos con la cena, comemos aquí o vamos al restaurante?
- No sé. Mejor nos bajamos a ver qué tal está. Me parece que es un autoservicio.
- Vale. Hecha tú un vistazo mientras yo espero a que termine Pablo. Que te acompañe Fernando.

El restaurante era el habitual de las autopistas británicas, un autoservicio no muy abundante donde, lo más apetitoso, solían ser los sándwiches. Esperamos a Mariló y a Pablo y nos dispusimos a cenar.

- Esos dos que están ahí, apostaría a que son españoles -dice Mariló señalando a una mesa.
- Espera, -dice Pablo- voy a pasar por allí a ver si los oigo hablar...

Los tres tristes sándwiches que cogimos para cenar nos duraron bastante poco. Así que me levanté a por unos cafés que, aunque los cafés británicos no son especialmente apetecibles, a buen hambre no hay pan duro. Al pasar al lado de nuestros paisanos les deseé buenas noches y, una vez trasladados de mesa, comenzamos a hablar.

La vida de los camioneros es muy dura. Dos veces por semana suben desde la lejana España a estas húmedas tierras escocesas. Por aquí no hay más españoles que ellos. Los turistas llegan, tal vez, a Edimburgo... y en verano, pero por las carreteras... solo ellos. Se conocen todos:

- Hasta aquí subimos ocho camiones españoles. Uno de Madrid, los tres de Galicia, el de Bilbao... nosotros y otros paisanos asturianos y... ¿quién me falta...? No sé. Hoy están aquí también los de Madrid, que me parece que son de San Sebastián de los Reyes, pero se han ido a cenar a un sitio ahí al lado. Luego vendrán a tomar café.

- ¿Y qué transportáis hasta aquí?
- Bueno, venimos al marisco, especialmente a la nécora y a la cigala.
- ¡No me digas! ¿Y los gallegos también?
- Sí, claro.
- O sea, ¿qué éste es el famoso marisco da ría?
- Exactamente. Mira, dos de los que suben aquí son de O Grove.
- ¿Y donde cargáis? Quiero decir, ¿dónde se puede comer buen marisco... y barato?
- No cargamos todos en el mismo sitio. Nosotros lo hacemos cerca de Oban. En cuanto a lo de barato... bueno. Pero aquí no se come muy bien, ya sabréis...
- ¿Y, entonces, solo lleváis nécora y cigala?
- Normalmente sí. A veces hemos cargado centollo, pero en Francia, en Bretaña. El centollo necesita aguas más calientes.
- ¿Es duro esto, verdad?
- Sí, pero ¿qué vas a hacer? Yo tenía unas vaquines allí en Asturies pero, ya sabes, trabajas todo el día como un animal y no sacas nada. Quieres mandar a la niña a estudiar y... ¿qué? te cuesta más de lo que ahorras. Y vosotros..., ¿vais a dormir aquí?
- Sí, supongo que sí. ¿Es buen sitio, no?
- Nosotros, cuando subimos, siempre paramos aquí. Esta es buena gente. No sé si os cobrarán algo pero...
- No, no. Ya hemos preguntado y nos han dicho que si era una noche sola que no nos preocupáramos...
- ¡Ves, y luego dicen de los escoceses! Pues poner la AC allí entre el camión de Madrid y el nuestro. Allí estaréis bien porque, al otro lado están los termokines y no os dejarían dormir...

Era ya muy tarde. Nos fuimos a cama felices. Desde Chester no habíamos vuelto a ver a ningún compatriota... y, ya ves, aquí cuatro. Nos dormimos pronto... pero, a eso de las dos, nos despertaron unos golpes seguidos de unos gritos:

- ¡Pacoooo..., despiértate, coño!

Más golpes y los mismos gritos. Así una y otra vez, hasta que, por fin, Paco debió despertarse... y dejar entrar a su compañero. Luego volvimos a dormirnos tranquilamente. Por la mañana, cuando nos fuimos, nuestros compatriotas seguían allí, no sé si todavía durmiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

 
Búsqueda personalizada